De repente, como un rayo de nostalgia vino a mí la imagen de
cómo era todo hace años atrás. No muchos en realidad. Darme cuenta de lo rápido
que ha pasado todo. Quizá demasiado lento donde debería haber pasado rápido, y
quizá demasiado rápido donde debió pararse el tiempo a reposar su
inquebrantable paso por la vida de la gente. Es desolador pensar qué bonitos
tiempos fueron aquellos, llenos de risas, pero también de lágrimas y cómo no,
suspiros.
No cambiaría por nada del mundo la vida que he vivido pues, eso hace que yo hoy sea quien soy. Aunque no sé hasta qué punto eso es positivo o no lo es.
No cambiaría por nada del mundo la vida que he vivido pues, eso hace que yo hoy sea quien soy. Aunque no sé hasta qué punto eso es positivo o no lo es.
También, me llego a fijar en que ya no soy aquel niño, lleno de esperanzas y ambiciones, y corrompido por el miedo y la ansiedad. No sé si es porque así es el camino por el cual uno se va convirtiendo en adulto, tarde o temprano, o porque simplemente cambié, pero sin duda no soy aquel niño. Ya no soy aquel que tenía miedo a la respuesta de la gente ante mi verdadera personalidad. No soy aquel chavalillo que en su afán por intentar destacar (o simplemente por impresionar a alguien) copiaba lo que hacían los “modernitos” de entonces. Ya no temo a la vida, y sin duda alguna las cosas que me han pasado a lo largo de estos últimos años han contribuido a que hoy escriba esto.
Recuerdo cuando correteaba con mis compañeros por el patio
del instituto y nuestra mayor preocupación era a quién tirar la “bolita” que se
pega a la ropa o a quién esconder la mochila en lo alto de la canasta. Aunque
tampoco puedo mentir y decir que eso no lo siga haciendo hoy en día, pues creo
que como ya dijo alguien en su momento, “la clave de ser adulto es encontrar la
gracia con la que se jugaba de niño”. Ya casi no queda nada del pobre y
minúsculo chavalín que huía de los problemas, de aquellos abismales horrores
como eran la oscuridad o el rechazo. Tampoco soy el niño que se aislaba en sí
para que los demás no le hicieran daño, aunque a día de hoy de vez en cuando
siga necesitando un poco de mi propia compañía para poner todas mis ideas en
claro.
Sin duda alguna, lo que más echo de menos es aquel apoyo
incondicional que todos los profesores y compañeros me brindaban por entonces.
Ayudándome a superarme a cada paso en falso que daba. Incluso me daban ganas de
superarme día a día en los estudios. Sin embargo, hoy apenas encuentro
motivación para hacer nada, y quizá esa sea la clave principal por la que me he
decidido a escribir esto.
¿Dónde me olvidé de aquella motivación que crecía en mi
interior? Parece como si de un día a otro me hubiesen arrancado el corazón y me
dejasen agonizante. Quizá suene un tanto brusco, pero es casi infinita la
frustración que deriva de mi falta de motivación. Y reconozco que este escrito
puede llegar a resultar un caos, una sopa de ideas plasmadas sobre un lienzo
amorfo, pero este, o incluso uno más caótico, es el estado de mi mente en la
actualidad. Un sinfín de ideas que llegan fugaces a producirme una nostalgia
infinita sobre aquel tiempo en el que disfrutaba de más amigos que dedos en las
manos (y hubiera preferido perder lo segundo), de una habilidad de superación
increíble y que ahora, por arte de magia parecen haberse perdido en los anales
de mi historia.
Hermano, camarada, es el peaje de ser comunista de verdad en un mundo de "semejantes" desclasados-lumperizados-lobotomizados que no se enteran de la misa la media.
ResponderEliminarSi te sirve de consuelo, ese sentimiento lo hemos sufrido "muchos", es normal.
Un abrazo y ánimo...
amador urssus