Fruto de un pequeño comentario de una compañera, me he visto en la obligación moral e intelectual de buscar información sobre Afganistán, y sobretodo, en lo que ocurrió con la URSS y EEUU en aquel país allá por finales de los 70.
Históricamente el
Afganistán tendió, en la era preislámica, a estar integrado en el Imperio persa
(dinastías de los Aqueménides, Partos y Sanánidas), aunque también partes del
territorio formaron, junto con tierras contiguas del Hindostán, reinos budistas
o hinduístas. Tras la conquista árabe en 698 (13 años antes del desembarco
árabe en España), pasa por diversas vicisitudes en las que no me voy a detener:
mencionaré, nada más, las conquistas mongolas de Gengis-Khan en 1221 y de
Tamorlán, en 1370-1405.
A comienzos del siglo
XVIII el actual Afganistán se hallaba dividido entre los dominios del imperio
persa, al oeste, y los del Gran Mogol de la India islámica al este (la dinastía
de los grandes mogules descendía de Tamorlán, que descendía de Gengis Kan, aunque
el grupo étnico predominante en el inestable imperio tamurlano era una mezcla
mongolo-turca, con prevalencia turca; de todos modos los idiomas turcos y
mongoles son ramas del tronco común uralo-altaico, del que también se
desgajaron los de la familia fino-ugriana: húngaro, carelio, finés y estoniano;
existe una hipótesis lingüística de un remoto proto-idioma llamado «nostrático»
del que se derivarían las familias de lenguas uralo-altaicas, las indoeuropeas
y las camito-semíticas, o sea una amplísima gama de lenguas habladas en el
continente afro-eurasiático).
El Afganistán moderno
se forma en los siglos XVII y XVIII, al salir de un largo período en que el
territorio poblado por los afganos estaba dividido entre los dominios del rey
de Persia (el Shah) y el soberano islámico de la India
septentrional (el «Gran Mogol»). En 1747 se funda la dinastía de emires o reyes
afganos, la casa durrani.
Afganistán consolida
su independencia en tres guerras de resistencia a las agresiones colonialistas
inglesas. La primera en 1838-42; la segunda en 1878-80 (en ella Inglaterra
logra imponerle al Afganistán un régimen de protectorado); la tercera en 1919,
un año después del final de la I Guerra Mundial: gracias a la ayuda de la joven
Rusia soviética, el Afganistán, sin conseguir derrotar militarmente a los
colonialistas británicos, logra empero que éstos le devuelvan la independencia.
El protectorado inglés había durado 39 años.
Durante ese período de
protectorado británico, los colonialistas ingleses le arrancan al Afganistán
una parte de su territorio de habla pashtuna para incorporarlo a la India
(colonia inglesa); se trata de la línea Durand, impuesta por los colonialistas
en 1893 y gracias a la cual hoy el artificial estado de «Pakistán» sigue
ocupando una amplia zona del Afganistán histórico (lingüísticamente afgana).
En 1929 el Intelligence
Service inglés organiza en Kabul un golpe por el cual es depuesto el
emir Amanulláh, apoderándose del trono un usurpador, que será fusilado tras un
lapso de anarquía y caos. Vuelve entonces la corona a la familia destronada.
El 9 de julio de 1937,
el Afganistán firma un pacto colectivo de no agresión (fórmula muy de moda
entonces) con Turquía, Persia y Mesopotamia (Irak), ésta última recién
independizada del «mandato» británico, del que logró emanciparse --sobre el
papel-- en 1932. A la vez, Afganistán siempre estuvo en buenas relaciones con
la Rusia soviética.
En 1947, al conquistar
la India su independencia, Afganistán aspira a recuperar el territorio que le
habían arrebatado por la fuerza los ingleses 54 años antes.
Mas el colonialismo
forma entonces el artificial estado de «Pakistán», nombre inventado por un
puñado de exaltados islamistas indios y de señores feudales (como el Aga Kan).
Para ello se divide a la India (o Hindostán --como entonces se llamaba) por una
línea religiosa arbitraria, trazada sobre el papel, y que incorpora a
territorios sin contigüidad ni especial afinidad entre sí. El reino de
Afganistán vota en la ONU en 1947 contra la admisión de ese engendro de
«Pakistán», pero es derrotado.
(Por cierto `Pakistán'
es una sigla: la desinencia `-istán', `país', se une a las iniciales de tres
regiones a las que, por su mayoría musulmana, se quería integrar en el invento
político: Punyab, Afganistán y Kachemira; el segundo no ha llegado nunca a
formar parte del Paquistán; Cachemira sólo en un tercio de su territorio; y
Punyab sólo en parte también.)
En 1955, bajo
auspicios de los EE.UU, firman el Pacto de Bagdad el Paquistán, Turquía, el
Imperio Británico, el Irán (todavía bajo poder del Shah, que había
recuperado un par de años antes su poder absoluto gracias a un complot de la
CIA), y el Iraq (bajo el cetro de la rama oriental de la dinastía jachemita,
todavía hoy reinante en Jordania): tres monarquías y dos repúblicas. Se trata de
una alianza militar ofensiva, que viene a ser como un anexo de la NATO. El
Afganistán --adoptando una opción neutralista y de no alineamiento-- se
mantiene alejado de ese bloque (en el cual también rehúsan integrarse Egipto y
Siria) y que duraría poco, ya que en julio de 1958 cae la monarquía en
Mesopotamia.
En 1964 el emir otorga
una constitución, pero el régimen sigue siendo una monarquía semi-absoluta. El
17 de julio de 1973 tiene lugar una revolución y cae la monarquía: el derrocado
rey Mohammed Zahir Shah se ve forzado a abandonar el país y viene proclamado
Presidente de la flamante República un miembro de la familia real, Mohammed
Daud.
La nueva república,
proclamada en 1973, sigue al principio una orientación moderada y, en parte,
continuadora del sistema derrocado, a cuya élite pertenecen todavía muchos de
los nuevos dirigentes. En marzo de 1978 estalla una segunda revolución. Va
ganando posiciones el partido democrático popular (al que los periodistas
occidentales tildan de `comunista', sin ofrecer empero un criterio para
atribuir esa denominación, salvo que los por ella galardonados se han merecido
el desagrado de Washington).
Prodúcense entonces
nacionalizaciones, medidas de reforma agraria y de escolarización en masa;
suprímese la desigualdad de sexos, se prohíbe la compraventa de esposas, se
condonan las deudas a los campesinos.
Tras varios
enfrentamientos internos de la dirigencia republicana afgana --hostigada por la
rebelión feudo-religiosa, de la que hablaré después-- estalla un golpe de
estado el 14 de septiembre de 1979 que lleva al poder a Babrak Karmal, político
conciliador, que repudia el radicalismo de su predecesor, Amín Hafizulláh --a
quien acusa de haber maquinado un golpe contrarrevolucionario.
La reforma agraria,
iniciada en 1978, beneficia a un cuarto de millón de familias campesinas. Se
decreta la enseñanza obligatoria universal para todos, sin distinción de sexo.
Se extiende el cuidado a la salud, alcanzando a más de las 3/4 partes de la
población urbana. La escolarización llega en el bienio 1985-87 al 63 % de los
niños de uno u otro sexo. La esperanza de vida pasa de 33 años en 1960 a 42 en
1988. No están lejos del millón los adultos que vienen alfabetizados, al menos
parcialmente. Incrementase en un 50 % el número de médicos y se duplica el total
de camas en los hospitales; se levantan las primeras casas cuna y los hogares
de descanso para trabajadores.
En ese período el
analfabetismo femenino baja del 98 al 75 %. Miles de mujeres afganas empiezan a
vestirse de manera moderna. Se toman medidas contra la poligamia. La
vicepresidenta de la Unión de Mujeres Democráticas, Safika Razmiha, declara en
1988: `si no se logra la igualdad de la mujer en nuestra sociedad, es imposible
avanzar por el camino del progreso social. Muchos miles de mujeres afganas aún
están encerradas en los harenes, millones ocultan su rostro bajo el chador y
el 75 % de ellas son analfabetas. La revolución afgana realiza un ingente
trabajo para emancipar a la mujer. Pero la correlación de fuerzas es todavía
favorable a los atrasos feudales'.
Facilitada por las
discordias intestinas del grupo dirigente, se inicia la intervención
norteamericana, que derrocha un maná de dólares y otro de armas para empujar a
los cabecillas religiosos a una guerra santa contra el infiel (ese infiel lo
forman las nuevas autoridades que quieren introducir algo de modernización en
la anquilosada sociedad afgana).
La revuelta,
financiada por los EE.UU. y sus aliados, está acaudillada por el partido
musulmán Hezb-i-Islamí y por la Unión Islámica, Yamaiyát-i-Islamí. En 1978
tiene lugar la caída del Shah de Persia y se proclama en
Teherán la República islámica (shiíta).
Ya en los primeros
meses del año 1978 los EE.UU montan en la capital paquistaní, Islamabad, un
centro de mando bélico que, bajo cuerda, guía la acción de las diversas huestes
feudo-islamistas. Zbigniew Brzezinski, asesor del presidente estadounidense,
Jimmy Carter, urde las operaciones clandestinas de adiestramiento bélico,
armamento y financiación de esos soldados de la fe. Se instalan para ello 120
campos de entrenamiento en el Paquistán, con instructores pagados por los
EE.UU. La Casa Blanca máquina, con éxito, una confabulación de regímenes
antipopulares para respaldar la cruzada islamista; participan los servicios
secretos del Paquistán, Israel, Arabia Saudita (y demás petro-monarquías del Golfo
Pérsico). Por sus propios motivos, apoyan también la campaña de los feudales
afganos ciertos regímenes no subordinados a los EE.UU, como la R.P. China y la
República Islámica del Irán (es el período de la guerra entre Irán e Iraq).
La ayuda que reciben
las enardecidas mesnadas de la guerra santa asciende a unos mil millones de
dólares anuales, suministrados en su mayor parte por los EE.UU.
En agosto de 1979 el
gobierno afgano, para combatir a esas hordas reaccionarias armadas y
financiadas por Washington, pide ayuda militar a la URSS, llegando al país
varios miles de soldados rusos. La novedad de esa presencia era relativa,
porque, desde 1919, Afganistán estaba estrechamente ligado a la Rusia
soviética, a cuya ayuda debía su independencia, como hemos visto; los emires
afganos solían estar en excelentes términos con Moscú y dar la bienvenida a
personal técnico soviético, civil y militar, gracias al cual el país había
comenzado a entrar en el siglo XX (aunque en muchas cosas siguiera todavía en
la Edad Media).
Se ha alegado por los
justificadores de la intervención pro-islamista occidental que el Presidente
Babrak Karmal fue impuesto por las tropas soviéticas. En realidad, según lo
hemos visto, el régimen republicano dizque «comunista» se había establecido en
1978 (tras un lustro de república de los notables), sin intervención alguna de
la Unión Soviética, como un hecho puramente interno del pueblo afgano.
Dentro de ese nuevo
régimen, surgido sin participación de Rusia (ni seguramente deseado por ella,
ya que probablemente hubiera preferido que se mantuviera en el poder la vieja
élite neutralista o incluso la monarquía), estallaron conflictos internos cuya
verdadera índole es difícil de desentrañar. En ellos Rusia favoreció al ala
moderada de Babrak Karmal, que quería una política de concesiones hacia los
feudo-islamistas, frente a la línea «dura» de Hafizulláh Amín. Qué hubiera de
verdad en las acusaciones de Babrak Karmal contra su depuesto predecesor
podemos dejarlo al estudio de los historiadores.
Lo que es seguro es
que el partido popular democrático del Afganistán no accedió al poder por
intervención de las tropas rusas (ni siquiera probablemente por acción alguna
que viniera de Moscú), sino por el desarrollo y desenlace de problemas y
conflictos internos de la sociedad afgana.
Al envío de tropas
soviéticas en 1979 lo llaman los periodistas «invasión soviética». No hay tal
invasión.
Invadir un país es
enviar a él fuerzas militares que ataquen al ejército de ese país y se apoderen
de su territorio, arrebatándoselo a la autoridad preestablecida en él e
imponiendo desde fuera una ocupación que desemboque en algún tipo de
incorporación, anexión o protectorado. La entrada de tropas foráneas en un país
a petición del gobierno de ese país y que no altere la soberanía de ese
gobierno, ni comporte ataque a sus fuerzas militares, será buena o mala; no es
invasión. La llegada a la España franquista de decenas de miles de soldados
norteamericanos llamados por el tirano Franco en 1953 para apuntalar y
respaldar su poder fue un acto inamistoso hacia el pueblo español (cuando
además la República española en el exilio era todavía reconocida por varios estados
y la España franquista ni siquiera era un estado reconocido por la ONU); pero
no era una invasión, como sí lo había sido la invasión francesa en 1808. Ni es
verdad que los ingleses invadieran Francia en 1940, llamados por el gobierno
francés para repeler la agresión alemana. Invadir es invadir, no otra cosa.